—¿Adónde vas, Flaco? –le preguntó Pedro, que salía, las llaves del auto en la mano.
Ya en el auto, el Flaco se quedó en silencio, tironeando algunos pelos de su barba rala, mientras Pedro maniobraba con el volante para salir por San Lorenzo hacia Mitre.
—Es un grupo... algo... –dijo el Flaco.
—Disperso –se rió Pedro–. Muy disperso. Difícil que se pueda mantener un tema de conversación por mucho tiempo.
—Sí... pero... A veces uno supone que... no sé... podrían tocar temas un poco más...
—Profundos –rió Pedro.
—Profundos. O al menos, serios. Será por esa imagen popular de los tipos que intentan arreglar el mundo en una mesa de café, la filosofía de café.
—¿Vos conocés algún tipo que haya arreglado el mundo desde una mesa de café?
—No.
—Porque lo de Hitler fue desde una cervecería...
—No sé –insistió el Flaco–, al menos intentar responder a los interrogantes del ser humano.
—La vida, la muerte –enumeró Pedro–, la razón del Ser, la eternidad...
—Sin llegar a eso. Pero...
—¿Sabés qué pasa, Flaco? –Pedro se puso serio–. Nosotros ya pasamos por eso...
—¿Cómo... ya pasaron? –lo miró el Flaco.
—Claro. Ya pasamos por eso. Son temas que tenemos superados. Aunque te parezca una boludez, cuando uno alcanza un nivel de charla como el que vos oíste hoy, por ejemplo, es porque ya se ha superado un montón de incógnitas, de problemas, de contradicciones, de dudas. Y puede acceder entonces a lo trivial, a lo doméstico, a lo inmediato. Ya con tranquilidad, sin culpas. Es cuando uno ya está de vuelta, o sin expresarlo tan taxativamente, cuando se ha alcanzado cierta armonía.
El Flaco miraba ahora hacia adelante, aferrado a su carpeta.
—Tenés que andar muy bien, pero muy bien del bocho –siguió Pedro–, para poder acceder, para poder darte el lujo de hablar de todas estas cosas.
—En la esquina. Dejame ahí nomás –señaló el Flaco.
—Y algo más –Pedro no quiso dejar las cosas así–. Algo fundamental que nos convenció de alejarnos de los temas medulares... –paró el auto–. Vos habrás leído los aportes de Platón, Aristóteles, Sócrates, Demóstenes, los grandes pensadores...
—Sí.
—Mirá el mundo de mierda que nos dejaron. Mirá el mundo de mierda que nos dejaron. Mirá de qué carajo sirvió todo eso que se les ocurrió.
El Flaco se quedó mirando hacia afuera a través del parabrisas, tomado de la manija interna de la puerta.
—Chau –dijo. Se bajó en Maipú y San Lorenzo y encaró hacia Santa Fe, tras alguna vacilación.
El auto de Pedro se alejó con un bocinazo. El Flaco saludó, como al descuido.